BREVE HISTORIA DE 138 AÑOS DEL ATENEO DE VALLADOLID
Las ciudades que se precian de tales han cuidado siempre de su patrimonio. Su patrimonio arquitectónico, histórico, monumental, artístico, cultural… A ciudadanos y a gobernantes corresponde la protección y conservación de esta riqueza de todos que se recibe de generaciones anteriores y que se tiene la ineludible obligación de legar a los que se suceden en el tiempo. No hacerlo es una irresponsabilidad de la que debería darse cuenta ante el juicio de la historia.
En esta riqueza patrimonial se encuentran determinadas asociaciones culturales que, vinculadas desde su origen a la ciudad, han contribuido decisivamente a su desarrollo sociocultural y han sido prestigiosas tribunas del pensamiento local e impulsores de la proyección de imagen de la ciudad, de la provincia y de la región en el ámbito nacional. Entre esas asociaciones se encuentran los ateneos, ubicados en las más importantes ciudades españolas e, incluso, de Hispanoamérica y durante más de un siglo han irradiado ciencia y saber desde cátedras independientes, libres y tolerantes.
Y, entre estas privilegiadas ciudades, se encuentra Valladolid que cuenta con uno de los más antiguos y activos Ateneos de España. Y por eso no es aventurado ni pretencioso decir que su Ateneo es patrimonio de nuestra ciudad.
Fundado en 1872 y domiciliado en la Casa de Cervantes, el Ateneo vallisoletano ha tenido una historia estrechamente vinculada a la historia de la ciudad y a las convulsiones políticas y sociales que han afectado a nuestro país, desde el efímero reinado de Amadeo de Saboya a la afortunadamente ya consolidada democracia actual, con especiales incidencias en las graves crisis del 98 y de la Guerra Civil y con épocas de esplendor que curiosamente coinciden con la Dictadura de Primo de Rivera, pese a la discrepancia ideológica que hacia este Régimen se advertía en la gran mayoría de sus cualificados miembros, que rendían culto a los lemas fundacionales: “el diálogo, la receptividad, el respeto y la tolerancia”.
Un semanario literario, El Museo, dirigido por un militar (el teniente interventor Eduardo Ozcáriz) fue el creador del Ateneo entre cuyos promotores se encontraban personajes que llegarían a ser ilustres vallisoletanos y cuyos nombres titularían importantes calles de la ciudad: Emilio Ferrari, José María Lacort, Ricardo Macías Picavea y un largo etcétera… Esta primera etapa coincidente con una agitada vida social española (La República, la Restauración, la Guerra Colonial) se caracterizó por una cierta inestabilidad que, pese a los esfuerzos de Mariano Pérez Mínguez, condujo a la primera crisis ateneísta en la que influyó en gran manera la precariedad de medios de que disponían sus ilusionados directivos. Hasta tal punto que hubo de acudirse a una refundación de la Asociación, que tuvo lugar en 1909, esta vez bajo los auspicios del Círculo Mercantil, redactándose un reglamento estatutario que la definía como “una sociedad que tiene por objeto fomentar la cultura científica, literaria y artística insistiendo en la tolerancia y el respeto que se debe a todas las opiniones y creencias sinceramente profesadas”.
Instalado en el mismo local que el Círculo Mercantil, este renovado Ateneo fue presidido por el catedrático Vicente Gay y en su directiva figuraron personajes de la cultura de la ciudad como Antonio Royo Villanova, Narciso Alonso Cortés y Ángel María Álvarez Taladriz, entre otros ilustres apellidos. La literatura, la poesía, el teatro, la música, las ciencias y las artes encontraron en el Ateneo un elemento aglutinador de la cultura vallisoletana. “El Ateneo –escribe José María de Campos Setién en un documentado trabajo sobre la historia de esta Asociación- testigo de la historia que pasa, testimonio de la historia que queda es, al mismo tiempo, protagonista de la historia que hace la ciudad”.
Cosmopolita en sus planteamientos programáticos y abierto a todas las tendencias ideológicas que en el primer tercio del siglo pasado se ofertaban (Unamuno, Valle Inclán, Pardo Bazán, Benavente, Pradera, Concha Espina, Eugenio d’Ors, Ossorio y Gallardo fueron invitados a la tribuna como reputados oradores), desde su Refundación el Ateneo de Valladolid fue el centro neurálgico del castellanismo, programando ciclos de conferencias y publicando libros en los que se exaltaba la identidad regional. “Es precisamente el tema regional el que preside sonadas sesiones que van formando conciencia castellanista entre la intelectualidad vallisoletana, extendiéndose los debates a la prensa y al ambiente político de todas las tendencias”, insiste Campos Setién. Testimonios de esta inquietud, pionera en Castilla, fueron los discursos inaugurales de cursos pronunciados por Vicente Gay (1910) y por Francisco de Cossío (1915). Y muy significativo es el mecenazgo de Santiago Alba, a la sazón Ministro de Instrucción Pública quien, en su discurso de apertura del curso 1911-12, afirma que el Ateneo de Valladolid “era necesario para sintetizar la cultura castellana”, pidiendo “en nombre de Castilla” la cooperación de todos en esta obra “grande y redentora”. Y habría de ser el ex alcalde Gómez Díez quien vaticinara en 1914 que del Ateneo de Valladolid surgiría el castellanismo “al igual que del Ateneo barcelonés había surgido el catalanismo”. José María Palomares, en su libro Presencia de Valladolid en el regionalismo castellano así lo reafirma con esta frase: “El Ateneo se convirtió en cierta manera en cátedra y altavoz del regionalismo castellano”, una vocación que ya nunca abandonaría y que alcanzaría una de sus más importantes manifestaciones en el ciclo de conferencias Reflexiones sobre Castilla, celebrado en 1977, en el que intervinieron Amando Represa, Rafael Hitos, Julio Valdeón, Fernando Velasco, Fernando García Castellón, Gonzalo Martínez, José Manuel Parrilla y José María de Campos.
Aunque los años que precedieron a la II República y a la Guerra Civil fueron de una gran confrontación en el seno del Ateneo, lógica consecuencia de la que existía en la sociedad española, no por ello se paralizó la actividad cultural, registrándose en las memorias de aquella etapa, junto a espléndidos ciclos de conferencias literarias (hubieron de habilitarse locales con entrada de pago, como los teatros Lope de Vega y Calderón, tal era el interés que despertaban los oradores invitados), una especial dedicación a la poesía que contó con la presencia en nuestra ciudad de Federico García Lorca (1926) y Rafael Alberti (1928), presentados por Jorge Guillén y José María de Cossío respectivamente. Así mismo, la poesía local tuvo una importante resonancia popular en recitales de Francisco Pino, José María Luelmo, Luciano Calzada y Nicomedes Sanz y uiz de la Peña. Con el correr de los años esta tradición poética se afianzó en la programación de los cursos del Ateneo y fueron frecuentes los recitales con participación de poetas castellanos como Alonso Alcalde, López Anglada, Claudio Rodríguez, Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, Soto del Carmen, Ángel de Pablos, Sergio Fernández, Félix Antonio González, Martín Descalzo, Rita Recio, María Teresa Íñigo, Carmen Isabel Santamaría y un lardo etcétera de nombres procedentes de la excelente cantera local. Ya en el año 2000 se creó el Certamen Provincial Poético Juvenil “Ateneo de Valladolid”, que tuvo como objetivo conservar la tradición poética vallisoletana estimulando la labor creadora de los jóvenes y que ya ha superado su décima convocatoria.
También la música, como si quisiera suavizar las tensiones ambientales que se vivían en la ciudad, encontró un amistoso refugio en el Ateneo vallisoletano que creó, de la mano de Enrique Villaba, una cátedra de Música Superior en la que brillarían compositores de la talla de Félix Antonio González, Joaquín Roig, Mariano de las Heras o José Regidor, entre otros muchos músicos locales. Particularmente memorables fueron las actuaciones del pianista alicantino Joaquín Fuster (1924 y 1934) y del burgalés Antonio Baciero (1955 y 2001).
Desahuciado por falta de pago del piso que ocupaba en la calle Mendizábal, el Ateneo se refugia en la Casa de Zorrilla, cedida por el Ayuntamiento en 1944 en un gesto de buena voluntad y de reconocimiento a su ya dilatada obra cultural en la ciudad. Bajo la presidencia de otro ilustre vallisoletano, Antolín de Santiago y Juárez, a quien acompañarían Enrique Gavilán, Ángel de Pablos, Luis Miguel Enciso y Manuel Fernández Areal, se inicia una nueva singladura en un intento de recuperar el tiempo perdido por el obligado paréntesis de la Guerra Civil y de la inestable situación política que le siguió. “Queremos recoger lo más prestigioso de la intelectualidad vallisoletana y ayudar y encauzar a toda esa juventud que tiene y siente aficiones artísticas e inquietudes literarias”, diría en una de sus intervenciones públicas el entonces presidente Ángel de Pablos.
Seguramente, lo más importante de esta etapa fue la creación, en 1950, del Premio de Novela Corta que se constituyó en el primero de cuantos en esta modalidad se convocarían en España. Organizado por el Ateneo con una vocación de descubrir nuevos valores de la literatura nacional, este premio fue patrocinado sucesivamente por la Diputación Provincial, el Banco Castellano, Ediciones Geyper, Editora Nacional y Edival Ediciones para, finalmente, ser subvencionado por el Ayuntamiento mediante un acuerdo de Pleno de 1980 por el que el Premio añadía a la denominación de Ateneo el nombre de la ciudad, si bien se respetaba la convocatoria y la designación del Jurado que seguirían correspondiendo al Ateneo, reservándose el Consistorio un puesto de vocal en el Jurado y la edición y distribución del libro. (En la actualidad se ha incrementado la presencia municipal en la organización).
Una nueva sede, ubicada esta vez en un piso compartido con la Asociación de la Prensa en la Plaza de España, y un nuevo presidente, Alfonso Candau, inaugura una fecunda etapa de actividades de todo tipo (teatro, música, literatura, ciencias, historia, arte, cultura religiosa…) así como de captación de socios en la universidad que aumentan aún más el prestigio de las conferencias, debates y coloquios que habitualmente se programan. Entre ellas, y por su vinculación con la cultura de la ciudad, es de resaltar la creación, en 1969, de un Aula de Cine que, bajo la dirección de Cándido Fernández, y el apoyo de la Cátedra de Cinematografía de la Universidad, elevan la calidad del cine en Valladolid a través de sesiones de cine-fórum y de la convocatoria de los primeros certámenes de cortometrajes que se hicieron en Valladolid. El cine había entrado con toda dignidad en el Ateneo y se incorporaría, a partir de entonces, a sus programaciones anuales. Tan meritoria labor sería continuada por José María de Campos Setién, que sustituiría un año después al profesor Candau, nombrado Rector de la Universidad, iniciándose así una larga etapa de treinta años en los que Campos Setién supo mantener la actividad y el prestigio del Ateneo vallisoletano, pese a las muchas dificultades que se opusieron a su labor, entre las que no fueron las menores la falta de una sede definitiva (tras el embargo de la Asociación de la Prensa) y el olvido por parte de las administraciones públicas que regatearon hasta lo indecible las ayudas económicas que el Ateneo precisaba para subsistir. La fidelidad de los socios y el tesón de su presidente permitieron sobrellevar con toda dignidad esta penuria y conservar inmaculado el principio de independencia que siempre caracterizó al Ateneo.
Otros logros de este último periodo ateneísta fueron las celebraciones de efemérides (Felipe II, José María Pemán, Federico García Lorca, Juan Sebastián Bach, Franz Schubert, la Generación del 98, Rosa Chacel, Dámaso Alonso, el Descubrimiento de América, el matrimonio de los Reyes Católicos, los Tratados de Tordesillas, Fray Luis de León, Martín Lutero, José Zorrilla, Amadeo Vives, Teresa de Jesús, José Ortega y Gasset…), las conmemoraciones de eventos sociales (la década del cerebro, la masonería, la objeción de conciencia, la moda…), la recuperación de las Semanas Románticas como homenaje permanente a Zorrilla y la creación del Club de Amigos de las Naciones Unidas.
Una de las más reconocidas realizaciones del Ateneo de Valladolid ha sido su actividad editorial. La colección de “Historia de Valladolid” es, sin duda alguna, la más importante labor investigadora que se ha llevado a cabo en nuestra ciudad y en ella han colaborado ilustres personalidades del mundo universitario, intelectual y cultural vallisoletano. Hasta veinte títulos componen esta excelente colección, a la que se sumaría la de “Autores Vallisoletanos” con aportaciones de escritores, científicos, ensayistas y poetas del momento. En el 2000, el Aula de Cine incorporó a sus actividades la publicación de los ciclos de charlas, mediante libros de bolsillo de gran amenidad que tuvieron una favorable acogida entre los aficionados al séptimo arte. Un Aula de Cine que encontró un momento de especial esplendor durante la presidencia de Gonzalo Muinelo Alarcón, enamorado de un arte que no admite números ordinales y que él promovió y difundió desde su vinculación a la cultura local y desde la presidencia del Ateneo de Valladolid, cargo que ocupó hasta su fallecimiento producido en el verano del año 2008.
Estrechamente vinculado a la ciudad, como patrimonio de la misma que siempre ha sido, el Ateneo de Valladolid ha dejado testimonios de su reconocimiento a personajes ilustres a través de placas conmemorativas dedicadas a Emilio Ferrari, a Santa Teresa, a los Reyes Católicos, a Pedro Berruguete y a Leopoldo Cano, que se conservan en calles y edificios de la ciudad e, incluso, de la provincia como es el caso de la dedicada a los Comuneros en la Escuela de Villalar y a Jorge Guillén en el Castillo de Montealegre.
Finalmente, este leal homenaje a quien han constituido lo más relevante de la cultura vallisoletana, ha tenido un merecido reconocimiento ateneísta con los nombramientos de socios de honor, siendo los últimos distinguidos Eduardo García Benito, Jorge Guillén, Rosa Chacel, José María Luelmo, Francisco Pino, Francisco Javier Martín Abril, Alfonso Candau, Miguel Delibes, Rita Recio, Julián Marías, Olegario Ortiz, Félix Antonio González, Pedro Gómez Bosque, José María de Campos, Antonio Corral Castanedo, Antonio Baciero y María Teresa Ortega Coca, nombres ya inscritos en un amplio palmarés permanentemente abierto a las glorias locales.
Esta ha sido la historia de nuestro Ateneo reducida a los estrechos márgenes de un reportaje periodístico. Presente durante más de un siglo en la vida social y cultural de Valladolid, el que según testimonios de la prensa de la época nacería a las doce horas del domingo 4 de junio der 1872 (“un día de gloria para Valladolid que siempre recordaremos con júbilo”) en un solemne acto que José Muro calificaría de “tan grande como sublime” es hoy, pese a su inusitada actividad cultural, un gran desconocido de la ciudad y el gran olvidado de las instituciones oficiales. Por eso son tan acertadas las palabras de su anterior presidente, cuando decía: “Se puede afirmar que el Ateneo de Valladolid que nació como respuesta a una necesidad cultural de la sociedad de aquel tiempo, en su desenvolvimiento ha sido hijo de su época, con todas sus ventajas e inconvenientes. Es el mismo, pero no es el mismo. La idea que presidió su nacimiento permanece vigente en nuestros días. Si no existiera, habría que inventarlo”.